Jerónimo Maya o el estado de gracia de la pintura

En Jerónimo Maya la pintura se manifiesta en su prístina y primigenia esencia, en su metafórica razón de ser. En su obra, las cualidades y calidades tonales, los valores de las manchas cromáticas y la leve y fluida materia pictórica se alian a un oculto sentido de la composición, a la estructura interna del lienzo o del soporte sobre el cual transmite sus intenciones artísticas. Jerónimo Maya, al placer de pintar sabe unir el mundo de sus ensoñaciones y las vivencias propias de un artista de nuestro tiempo. Su obra, que muestra una insaciable nece­sidad de expresión plástica, una decidida voluntad de insistir sobre la indagación de los principios que constituyen la identidad más pro­funda del hecho artístico, es la de un pintor abstracto sensible, sólo atento a su propia experiencia creadora.

Al estado de gracia de la pintura, que los tratadistas clásicos denominaban el de la “ingenuidad” -no entendido el término como tenden­cia “naif’, sino como “pureza de su ser”-, Jerónimo Maya agrega la magia de un mundo en el cual la ensoñación estética pertenece a la órbita de la fantasía. Las formas que ingrávidas emergen o flotan dentro de etéreos espacios, “no euclidianos”, son como gérmenes de signos que evocan un orden arcano y misterioso digno de ser rescatado del olvido. Artista arcangélico y oriental, con sus obras se pro­pone explorar un territorio sólo hollado por aquellos que, como los místicos, buscan el hontanar del silente mundo de la mente y la cima de la exaltación amorosa del espíritu. Su pintura, a manera de una escala hecha de valores y símbolos plásticos, es el exponente de la ancestral lucha de todo artista que, con sus obras, quiere desvelar la renovada y perenne maravilla de la creación artística.

Antonio Bonet Correa

 



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